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 TERTULIA DE HISTORIA - H75 - CONCILIO DE TRENTO Y CONTRARREFORMAS - PARTE I/II

Categoría: Historia
Fecha: 24/09/2019

SITUACIÓNDE LA IGLESIA CRISTIANA ANTE EL CONCILIO DE TRENTO. Paco Castellanos

Después de haber escrito Lutero sus tesis sobre las indulgencias y de que éstas fueran difundidas ampliamente por la imprenta, en Roma se abrió un proceso contra él. Protegido por su príncipe, el elector de Sajonia, Lutero estaba fuera de peligro. Pero sus relaciones con Roma pasaban de la disputa teológica a base de libelos, a otros enfrentamientos cada vez más abiertos. Ya desde 1518, y con más énfasis en 1520, Lutero desea apelar a la autoridad de un concilio libre de la tutela pontificia.

La palabra ya estaba lanzada y despierta el espíritu conciliar del siglo anterior. Portanto no es de extrañar que en 1523 la dieta que reunía a los príncipes y ciudades libres de Alemania estuviera de acuerdo – católicos y protestantes –en reclamar un “concilio libre y cristiano reunido en tierras alemanas”. Esto último porque los alemanes, a diferencia de los italianos, representaban la parte más sana de la cristiandad, injustamente maltratada durante siglos por la autoridad papal.

Y hasta el emperador Carlos V se sitúa en este camino. Para él y sus ministros, un concilio es el único medio para rehacer la unidad del imperio y la cristiandad, no sólo condenando los errores de Lutero, sino obligando además al papa y al clero a llevar a cabo las reformas, “en la cabeza y en los miembros”, que puedan acabar con la rebelión protestante. En la larga temporada que Carlos V pasó en Bolonia junto al papa Clemente VII, con motivo de la coronación del primero, éste le pidió al papa como cosa muy necesaria e importante para poner remedio a cuanto sucedía en Alemania y a los errores que se iban propagando por la cristiandad, convocar y reunir un concilio general.

Pero no solamente el concilio tenía como enemigo a Clemente VII, que no quería ni hablar de ello; sino también el rey de Francia: demasiado contento por el contraste religioso que dividía el imperio, y que por ende disminuía su fuerza y su prestigio. Francisco I había establecido como constante:“que cuanto más favorable fueran los Habsburgos al concilio, más contrario lo sería el rey cristianísimo y viceversa”.

Durante este tiempo no había dejado de extenderse la Reforma, que habíaconquistado parte de Alemania y Suiza. Un gran número de ciudades optaron por seguir las enseñanzas de Lutero, como Nüremberg, pero otras siguieron la reforma de Zwinglio, quien desde Zúrich había predicado un modelo sensiblemente distinto del de Lutero: más humanista, más comunitario y más radical sobre la eucaristía. Ese modelo fue el que conquistó Berna y Basilea y dominó, bajo una forma más atenuada en Estrasburgo y otras ciudades del sur y del oeste de Alemania. Hay que añadir que el mundo alemán estaba además atravesado por corrientes más radicales, llamadas anabaptistas, nacidas al margen del movimiento de Lutero y Zwinglio, cuyos profetas animaban a unas comunidades de hombres puros a liberarse de todo clero y vivir directamente bajo el impulso del Espíritu. Algunos de estos profetas, como Müntzer, participaron en la rebelión de las ciudades y de los campesinos del año 1525.

La oleada de la Reforma llegó también a Francia. El grupo reunido por el obispo Briçonnet fue la primera manifestación. Desde 1523, uno de sus miembros, Guillermo Farel, se retiró a Basilea donde contactó con Zwinglio.                                                                              

Partiendo de su convento de Aviñón, el franciscano Francisco Lambert marchó a Wittemberg con la intención de hacer conocer al público francés los escritos de Lutero. Otras influencias llegaron a través de los estudiantes alemanes y suizos numerosos en las universidades francesas.

Francisco I, que por otra parte tenía necesidad de alianzas con los príncipes y ciudades protestantes, pidió a Melanchthon en 1534 que viniera a París, pero la aparición de manifiestos en los que se negaba la presencia eucarística provocó un escándalo que aconsejó al rey volver a la ortodoxia tradicional.

Los años 1529 – 1534, vieron aparecer además el cisma de Inglaterra. Saludado primero como defensor de la fe contra Lutero, el rey Enrique VIII no había logrado obtener del papa Clemente VII(tras el cual actuaba Carlos V) el divorcio que exigía por motivos sentimentales y dinásticos. El rey estableció una serie de medidas que desembocaron en la ruptura total entre la Iglesia anglicana y Roma; y haciéndose reconocer por el clero y el parlamento como”Cabeza suprema de la Iglesia en la tierra”.

Hay que contar que, desde el principio, Lutero tuvo adversarios hábiles e incisivos, siendo el más célebre Juan Eck, quien puso en apuros teológicos al doctor de Wittemberg. También varias universidades y facultades de Teología se comprometieron en su lucha dialéctica contra la Reforma, como las de Lovaina y Praga, aunque más bien se limitaron a condenar las tesis de los reformadores más que a refutarlas. Hubo incluso concilios provinciales opuestos a las nuevas corrientes teológicas; uno de ellos, reunido en París, elaboró una serie de artículos doctrinales en respuesta a los protestantes y publicó un ambicioso programa de reformas disciplinares.

En octubre del 1534, Pablo III sucede a Clemente VII. El nuevo papa sí siente la necesidad de convocar un concilio ecuménico, aunque necesitaría once años para lograrlo. Y lo primero que hace es asegurarse colaboradores valiosos para asegurar la posición romana. Lo que consigue dando entrada en el Colegio Cardenalicio a hombres de gran reputación. Incluso se lo propone a Erasmo de Rotterdam quien, siguiendo su falta de compromiso formal, no acepta. Esto, por parte del papa, significaba la aceptación de las corrientes más auténticas del humanismo cristiano y demostrar su sincera voluntad de reforma.

El papa pidió a este círculo de colaboradores, formado por viejos curiales y verdaderos renovadores, que elaboraran el programa del concilio. El documento,“Consilium de enmendandaEcclesia”, fue entregado en 1537. Dicho documento condenaba con decisión los males que aquejaban a la Iglesia: la mala elección de los obispos, las ordenaciones demasiado numerosas de sacerdotes mal preparados en su formación, la acumulación de beneficios y los abusos de la curia en ese punto, la decadencia de las órdenes religiosas, los fallos en la predicación, etc. Este célebre texto fue difundido rápidamente por la imprenta, con gran gozo para los protestantes, que encontraban en él argumentos para su propaganda. Era un texto valiente, que hacía esperar un próximo compromiso de Roma por la reforma.

Un asunto, nada fácil de resolver, era encontrar el lugar adecuado y aceptado. En principio, se propuso Mantua, capital de un simple marquesado y cercana a los Estados Pontificios, pero no fue aceptada por los alemanes, quienes insistieron en los términos enunciados en 1523: “Un concilio libre en tierras alemanas”. Ello condujo, finalmente, a elegir a Trento, ciudad del imperio situada en el lado italiano de los Alpes.

Pero quedaba lo más difícil: El acuerdo de todos los príncipes cristianos, católicos y protestantes, con el agravante del enfrentamiento de las dos grandes potencias de la época, la Francia de los Valois y la España de los Habsburgo. Durante diez años, el papa multiplicó el envío de misiones diplomáticas con la intención de reconciliar a todos. Finalmente, la cuestión quedó resuelta tras la victoria de Carlos V sobre Francisco I en tierras italianas. El emperador, que ya estaba de acuerdo con el papa en que el concilio se celebrase en Trento, impuso al francés que aceptase este proyecto y que enviaría a sus obispos al concilio.

En Roma se pudo redactar una nueva bula de convocatoria fechada el 19 de noviembre de 1544 en la que fijaba la apertura del concilio para el 15 de marzo de 1545, aunque hasta el 13 de diciembre no tuvo lugar la apertura solemne del concilio.

Durante los últimos años se fue extendiendo la Reforma en Alemania y consolidado el cisma en Inglaterra. Incluso Italia ya no estaba al abrigo de la Reforma. En numerosas ciudades se desarrollan los círculos evangélicos, como en Nápoles, Módena, Venecia, Pavía, etc. Ello obligó en 1542 el papa al establecimiento de la Inquisición romana, lo que condujo al destierro a muchos seguidores de la Reforma.

La Iglesia católica, en aquellos años cruciales, no se quedó inerte y sin reaccionar. En los Países Bajos, Carlos V publicó en 1529 un duro edicto contra los herejes. También en Francia la justicia real fue siendo cada vez más rigurosa, y que dio lugar al dramático episodio de la aniquilación de los valdenses, que se habían pasado al calvinismo, de Provenza en 1545.

En este clima, hay que reseñar la acción pastoral de muchos obispos. Uno de los más destacados fue Juan Mateo Giberti, obispo de Verona que, desde 1523 a 1543, se consagró por entero a su diócesis: organizaba la formación de sus sacerdotes, desarrollaba la predicación, reformaba los monasterios y conventos, etc. O sea, fue para su generación y la siguiente el modelo del obispo perfecto. En Toledo, el obispo Tavera desplegó también una actividad muy meritoria. Finalmente, en 1545, aún no se podía prever el potencial de La Compañía de Jesús, cuyas constituciones habían sido aprobadas por el papa en 1545. Pero destacaba ya la personalidad de su fundador, Ignacio de Loyola, así como la calidad de reclutamiento y de formación, tanto intelectual como espiritual, de sus primeros miembros. Sus principales instrumentos de acción son entonces los Ejercicio espirituales. Un método de conversión basado en la experiencia misma de san Ignacio, la predicación, la exhortación a la comunión frecuente, y todo ello cimentado en la obediencia al general de la orden y al romano pontífice.

En resumen, la Iglesia católica en 1545 aparece mejor armada para enfrentarse al concilio de lo que había estado diez años antes. Debiendo destacar en este periodo los intentos por restablecer la unidad de la cristiandad sin recurrir al concilio. Efectivamente, a partir de 1538 se había establecido un diálogo continuo entre teólogos católicos y protestantes, cuyo momento culminante fue el coloquio de Ratisbona en 1541, donde se encontraron Melanchthon y Bucero por parte protestante y Contarini y Gropper por los católicos. Estuvieron muy cerca de la reconciliación, pero la soberbia de sus cabezas, Lutero y Roma, desautorizando a sus portavoces, quebró la última posibilidad de llegar a un acuerdo antes del concilio, cuya decisión final fue la de condenación y refutación de las tesis protestantes.

 

                 EL CONCILIO DE TRENTO. LOS ANTECEDENTES. Fernando Ortiz

“Una convocatoria eclesiástica, en el curso de veintidós años, para diversos fines y con varios medios, procurada y solicitada por unos, impedida y diferida por otros, y por otros dieciocho años ora reunida ora disuelta, siempre celebrada con varios fines, y que ha dado forma y cumplimiento totalmente contrario al plan de los que la pretendieron y al temor de quien con todo empeño la ha perturbado(1); clara evidencia de que deben ponerse los pensamientos en Dios y no fiarse de la prudencia humana”. (Fra Paolo Sarpi, 1552-1623).  (1) El Papa.

Estas palabras del primer historiador de Concilio de Trento describen bastante bien el hecho del Concilio. Veamos las circunstancias:

Al comenzar el siglo XVI estamos en plena consolidación del Renacimiento con, entre otros muchos efectos, la aparición de un sentimiento de individualismo frente al comunitario de la Edad Media. Además, ha aparecido la imprenta.

Se están desarrollando los Estados Nación, que reclaman la total capacidad de decisión en sus territorios, intenta apoderarse de los bienes eclesiásticos y someter a los obispados nacionales. Mientras el Imperio, aún muy fuerte militar y diplomáticamente, intenta que en Europa haya una sola religión, aceptada por todos, como medio de unificación de un imperio multinacional

El papado se ha convertido también en una potencia estatal en Italia (perdón por el anacronismo). Es nepotista, y utiliza los beneficios eclesiásticos para mantener en Roma una corte estatal y recompensar a sus allegados y fieles. Además, en su necesidad de conseguir dinero, vende indulgencias. Por otra parte, tiene una fuerte actividad política para que ni el Imperio (antes España) ni Francia dominen la península italiana, pactando con uno contra la otra o al contrario, e involucrando a las ciudades italianas semiindependientes.

Ha caído Constantinopla, por lo que se ha perdido la referencia de que el poder imperial esté sobre el de la iglesia, al menos la oriental (larga tradición desde Constantino y que se mantiene actualmente en Rusia), sin permitir la mínima intromisión en la política

Las parroquias están atendidas por unos sacerdotes incultos, sin control ni apoyo por parte de sus obispos, ya que unos están en Roma y otros en las cortes de los otros nuevos estados. Hay predicadores ambulantes, ordenados o no, frailes o no, que son tan ignorantes como los párrocos, y que transmiten más superstición que doctrina, cuando no son simplemente delincuentes.

Acaban de surgir varias órdenes religiosas, con frailes mucho mejor preparados, intenciones de reformar la iglesia y obediencia directa al Papa (lo que no agrada a los reyes de los nuevos Estados) sin pasar por los obispos.

En esta situación de crisis general, en 1517 Lutero con sus noventa y cinco tesis añade la chispa que, latente desde hace años, ver los gravamina, acaba de encender la hoguera en la iglesia.

Ante esta crisis, la iglesia había reaccionado tradicionalmente con un concilio. Y empieza el conflicto sobre el mismo concilio. Tradicionalmente, éste es la máxima autoridad de la iglesia, y consiste en una reunión de clérigos (en parte delegados del Papa, si es un concilio ecuménico) y cristianos (normalmente delegados de los reyes o príncipes), encabezados por estos mismos gobernantes junto a los obispos. Se aprueban incluso decretos contrarios a bulas papales. En los últimos siglos los concilios se ocupan casi exclusivamente de asuntos eclesiásticos, y poco de los políticos. En el Lateranense V (1512-1517), el Papa consigue imponerse y se aprueban solo textos de bulas papales, y no decretos dictados por asambleas.

Los príncipes alemanes piensan y piden un concilio “tradicional”, y que se celebre en Alemania (otro anacronismo). El Emperador, Carlos V, exige el concilio además de por convicciones religiosas por mantener el poder efectivo sobre los principados alemanes. El Papa retrasa la convocatoria del concilio, que piensa es contrario a sus intereses. Si el asunto avanza con Adriano VI (†1523), Clemente VII (Julio de Médicis) se opone frontalmente y pacta con Francia. Carlos V apela a los cardenales …. Se produce el Sacco de Roma. Francia e Inglaterra se comprometen a impedir la convocatoria. Carlos toma Florencia y se la devuelve al Papa florentino, que le corona emperador y se le vincula, pelillos a la mar.

Comienza el conflicto del papado con Enrique VIII (por no anular su matrimonio con Catalina de Aragón) y Europa central se incendia (matanza de campesinos en Frankenhausen, 1525) por la interpretación que dan los príncipes alemanes a la doctrina luterana de la libertad del cristiano como libertad interior, lo que les permiten un dominio total sobre los súbditos.

Francisco I de Francia reprime el protestantismo en Francia y Calvino se exilia a una Ginebra que ya había expulsado a su obispo y expone los principios de la Reforma (1536).

Enrique VIII separa la iglesia anglicana de la jerarquía papal (1534). Otras naciones y ciudades-estado contemplan esa posibilidad.

El tiempo pasa, en los territorios de la Reforma las nuevas costumbres e instituciones se consolidan, se ha aceptado que los sacerdotes se casen, se discuten el bautismo y la confesión, su posición se ha radicalizado… En la otra parte, eclesiásticos cercanos al Papa abandonan toda idea de pacto y defienden que el concilio debe luchar contra la herejía. Los conciliadores de ambos bandos disminuyen. El emperador desespera, pues necesita la unión ante la amenaza turca, mientras consigue victoria tras victoria sobre sus oponentes europeos.

En esta situación el 13 de diciembre de 1545 se celebra en Trento la ceremonia de apertura del concilio (en Trento contra la voluntad papal, pues esta ciudad está lejos de Roma y cerca de los territorios de la Reforma; él quería otro Laterano).

La composición de la asamblea muestra el triunfo de la visión papal de los concilios: cuatro cardenales, cuatro arzobispos y veintiún obispos, los generales o abades de cinco órdenes religiosas, cuarenta y dos teólogos (casi todos frailes), ocho juristas y dos diplomáticos imperiales (ahora de Fernando de Austria). De los cuatro cardenales, tres son legados papales, y los obispos son casi todos italianos, salvo algunos españoles, un francés, un inglés y un alemán.

                 EL CONCILIO DE TRENTO. LAS CONSECUENCIAS. Fernando Ortiz

Tras el Ínterim de Augsburgo (1548) y el tratado de Passau (1552) Carlos V, después de treinta años de guerras religiosas, renuncia a su proyecto de unidad religiosa europea. Este era el motivo principal, junto con la reforma de la Iglesia, de su impulso para un concilio ecuménico.

Pío IV, ante la amenaza de Francia de convocar un concilio nacional para discutir la relación con los hugonotes, convoca en 1560 el concilio, que se abre en 1562, con la oposición de España y Francia. Se opta por una conclusión rápida, dejando fuera varios asuntos importantes. Algunos de estos se pasan al papado: revisión del índice de libros prohibidos, redacción del catecismo, reforma del misal y del breviario.

Clausurada la asamblea en 1563, se reúnen todos los textos elaborados y se discute si hay que pedir o no la aprobación del Papa a estos textos. Se concluye que sí, el Papa los aprueba verbalmente y, pasado un tiempo que aprovecha para reservarse la interpretación y aplicación de los acuerdos (las leyes y los reglamentos de Romanones), emite la bula papal de aprobación, al tiempo que prohíbe la publicación de las actas y de cualquier texto interpretativo de los acuerdos.

En resumen, los asuntos doctrinales se han resuelto con dogmas, y los de reforma de la Iglesia mediante un conjunto de leyes modificables por el papado.

España y Portugal (con sus imperios ultramarinos) incorporan los decretos tridentinos a su legislación, Francia lo retrasa, hasta que en 1614 los incorpora parcialmente. El Imperio no los acepta.

La aplicación práctica de los decretos va a producir cambios, algunos originales y otros producidos en parte por el concilio y en parte por la evolución que está teniendo lugar en la sociedad y en la propia Iglesia en esta época tardía del Renacimiento.

Para la aplicación de los decretos, el papado, que ha tomado la estructura de una monarquía temporal, multiplica las nunciaturas, órganos de aplicación del concilio y de diplomacia política. Estos nuncios romanos se enfrentan con las autoridades eclesiásticas locales: obispos e inquisidores. También se envían visitadores apostólicos, legados papales que se ocupan de asuntos específicos.

Se publica el nuevo catecismo (“tridentino”), redactado por tres dominicos tomistas (teología tradicional). Se obliga a que todos los aspirantes a un beneficio eclesiástico hagan una profesión de fe, que acaba con “credo quodcredit Sancta Mater Ecclesia”; obligación que se extiende luego a los médicos y maestros, y después a los aspirantes a cualquier graduación universitaria. Se revisa la “Vulgata”(1593, Vulgata Clementina) y se edita mediante una bula papal, prohibiendo cambiar ni una sola palabra y anotar lecturas variantes en los márgenes (recordemos que los protestantes usaban la Biblia en lengua vulgar como medio para catequizar).

Recordemos ahora que el cristianismo durante la Edad Media se practicaba de forma fundamentalmente colectiva, basándose en hermandades y parroquias. El cristiano cumplía la comunión anual, el ayuno los viernes, el pago de los diezmos y bautizaba a sus hijos. Ahora las cosas cambian. Un ejemplo: el acto de la paz en la misa era participativo entre los fieles, se declaraban y solucionaban rencillas personales. La eucaristía se veía con respeto e incluso temor, por lo que solo se comulgaba, en comunidad, una vez al año. La confesión era también anual, y el bautismo se hacía una vez que se habían acordado los padrinos, todos los posibles, pues el número y, sobre todo, categoría de los padrinos prestigiaba a la familia del neonato. Aún más tradicional era el matrimonio: Las parejas celebraran los esponsales (se convertían en esposos) como precontrato anterior al contrato definitivo, el matrimonio (con el que se hacían cónyuges). Ambos contratos se acordaban con participación de las familias, y eran básicamente contratos civiles con intercambios de bienes y cláusulas bien definidas. El sacerdote bendecía la ceremonia matrimonial. Era frecuente que, tras los esponsales, los esposos vivieran juntos, y en algunas zonas de Europa el matrimonio no se celebraba hasta el nacimiento del primer hijo.

Tras Trento, con protagonismo de las nuevas órdenes religiosas (dominicos, franciscanos y sobre todo jesuitas), este cristianismo comunitario pasa a ser individual y dirigido por la jerarquía eclesiástica. La relación cristiano-miembro de una comunidad que participa y cumple los sacramentos se convierte en relación individual de cada cristiano con Dios; aparecen los directores espirituales.

Tras largas discusiones y alguna intervención inquisitorial, se acepta la comunión frecuente, lo que lleva a confesión frecuente y cambia también este sacramento. La confesión se reconoce como un “acto judicial de derecho divino”. Conflicto entre la confesión como consuelo y perdón de pecadores afligidos o como instrumento de control de las conciencias. Con confesiones más frecuentes, se detallan más los comportamientos, y se producen los problemas previsibles cuando se cuestiona sobre las conductas sexuales.     

Se ordena a los confesores que primero pregunten a los fieles si han cometido algún pecado que pueda considerarse herético o si conocen a alguna persona con comportamiento sospechoso de herejía, pues si lo conocen y no han denunciado han pecado; si a una de las dos preguntas la respuesta es positiva, no se da la absolución y el fiel tiene que ir a explicarse al tribunal inquisitorial.

En el bautismo se limita el número de padrinos a uno o dos, y se insiste en el rápido bautizo del neonato (no vaya a morir morito, se decía en España), lo que rompe la red de relaciones sociales que antes se producían.

Más traumático aún fue el caso del matrimonio. La Iglesia instó a que desaparecieran los esponsales (pervive, incluso ahora, el noviazgo, sin valor contractual), lo que perturbó fuertemente la red de intereses y lazos afectivos familiares anteriormente basados en estas prácticas.

Aparece, pues, una Iglesia encerrada en los límites de las diócesis y de las parroquias, acorazada en su ortodoxia e inspeccionada atentamente por las autoridades eclesiásticas. Con sacerdotes mejor formados (tras Trento se fundan seminarios), con más obispos residentes y con frailes bien preparados y con fuerte visión evangélica

Pero esto ocurre, si ocurre, en la perspectiva de Trento: los países mediterráneos y el Imperio. Fuera quedan los nuevos territorios americanos. Allí, la cristianización de los “idólatras” se confió a los obispos e inquisidores, pero fueron realmente los misioneros, imbuidos de una idea de “revancha” contra la pérdida para el catolicismo de una parte de Europa quienes cristianizaron a la población local. Este mismo impulso los lleva a profundizar la cristianización de zonas de la misma Europa donde el barniz cristiano cubría una sociedad básicamente pagana.

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