LITA CABELLUT. Por Abel Yebra
27 de enero. Una tarde de invierno soleada y fría no nos impide a los siete asiduos de esta tertulia de arte debatir sobre la obra de la mujer más cotizada en el mundo del arte actual. Ella es Lita Cabellut.
No a todos nos gusta toda su pintura. Pero a todos nos toca la fibra sensible. No es fácil deslindar lo que es arte de lo que se debe al márquetin. Pero lo cierto es que esta mujer singular, de 63 años, está ahora en la cúspide de la consideración artística mundial.
Me he ocupado de acercarme virtualmente a la obra y a la figura de Lita Cabellut. He visto sus cuadros y sus propias declaraciones en diversas entrevistas periodísticas. Pienso que su pintura refleja la intensa tragedia du su infancia. Lo vivido en la infancia perdura. Abandonada por su madre gitana, vive con su abuela, que se le muere a sus 10 años. Vive pordioseando por las calles de Barcelona hasta que es internada en un orfanato. A los 13 años, es adoptada por una familia adinerada, y su vida pasa de la noche al día. Una visita al Museo del Prado, a esa tierna edad, le impacta tanto que determina su vocación como pintora. Le cautiva Velázquez y, sobre todo, Goya. “Amo a Goya -declaraba en su madurez-; es uno de mis amores platónicos”.
En su nueva vida, ya monta su pequeño estudio. A sus 17 años hace su primera exposición individual en el Ayuntamiento de Masnou. Empieza a vivir la pintura con intensidad. Más adelante lo aclara: “Dejarte la piel en lo que crees te da una fortaleza y una capacidad de trabajo inimaginable… El arte es tan poderoso y lleva en sí tanto amor que es imposible resistirse a la verdad que contiene”.
Cuando cumple 21 años, se muda a La Haya, donde vive. Allí estudia, becada, en una academia de bellas artes durante dos años. Allí se empapa en las obras de los pintores punteros de la época, sobre todo en las de: Freud, Bacon, Pollock y Tapies. De ahí nace su estilo impactante. “Mi ética consiste en observar al ser humano y llevarlo a ser más humano. Intento dar lo que puedo para incordiar a la gente, para mejorar la sociedad.” Por eso presenta sus retratos tiznados de brochazos, de mugre y de sangre.
Su inquietud social le empuja a pintar para que las personas se vean como son, con sus miserias y sus trapos. “Hay que ser verdadero, aunque la verdad duela”. “El arte no tiene vestido, ni género, ni dueño. Y es de los mejores vehículos para trabajar hacia la igualdad.” Aunque pinta sobre todo retratos, su deseo de mejorar la sociedad le hace estimar más los retratos grupales. Preguntada sobre qué cuadro de Goya le impacta más, no cita la pintura negra, sino La pradera de San Isidro, “porque expresa una sociedad en la que iremos siempre juntos”.
Ella no se considera propiamente artista. “El artista que se lo cree está en período de extinción… La palabra artista me da alergia. Me encuentro más dentro de palabras como filosófica, humanista, trabajadora, artesana; como alguien que tiene empeño en hacer las cosas…¿Humilde?No. Yo no me considero humilde, ni lo soy. Más bien soy realista, mire. Tampoco me sacan de quicio los premios. En la soledad de tu estudio, la vanidad de los reconocimientos sólo son un enemigo con piel de cordero”.
Así veo la obra de esta mujer extraordinaria que, reflejando en sus lienzos la miseria más absoluta en que pasó su infancia, supo aprovechar la ocasión que la vida le ofreció para dar su testimonio y, de paso, escalar hasta la más alta consideración artística.
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