AYUDA DE ESPAÑA A LA INDEPENDENCIA DE EE.UU. (1ª PARTE). POR FERNANDO ORTIZ MONTEOLIVA
Es éste un asunto en mi opinión mal conocido por eso que se llama el gran público.En mis años de bachillerato poco se me dijo. Sí oí hablar bastante de un tal Lafayette.
Bastante después me enteré de que en realidad España ayudó a los independentistas estadounidenses desde fechas muy tempranas con importantes envíos de armas, municiones, uniformes y dinero y, posteriormente, tras la declaraciónde guerra a Inglaterra, atacando con éxito desde la Luisiana al ejército británico en América, además de combatirlos en el Mediterráneo y el Atlántico.
Una de las causas de este desconocimiento podría ser que el tema no se estudió, o muy poco, por los historiadores españoles hasta principios del siglo XX, tras la guerra con los Estados Unidos de 1898. Veamos
Cuando se produjo la rebelión de las Trece Colonias 1763, todos los intervinientes estaban en muy mala situación económica. Los británicos por las deudas contraídas en la guerra de Los Siete Años, los franceses por los gastos de la misma guerra y su mala administración consuetudinaria, y los independentistas simplemente porque no tenían estructura de Estado ni Hacienda ni instituciones. España estaba algo mejor.
Las guerras son caras. Se estima que para ella Francia prestó a los rebeldes18 millones de libras y España13. Ahora viene la diferencia. Francia recobró rápidamente la totalidad de ese dinero del nuevo estado norteamericano, y España solo ha recuperado (hasta ahora) el 10%. Los gobiernos español y estadounidense estuvieron discutiendo durante muchos años la devolución, lo que agrió las relaciones y creó en ambos países una mutua mala imagen. La monumental obra ‘History of the United States of America’ (New-York, 18 de mayo de 1854)ya había borrado por completo la contribución de esta nación monárquica y católica a la independencia de su país e incluso demonizó suimagen que había sido casi idílica durante el conflicto. Algunos ejemplos de este idilio (1):
El propio Washington había insistido en que la victoria sin los españoles sería imposible. Dos amigos cercanos en estos años fueron españoles.
Uno fue Diego de Gordoqui, comerciante bilbaíno que en 1789 estuvo a su lado, con un sitio de honor, en la toma de su cargo como presidente. No es de extrañar, pues el apoyo del bilbaíno a la causa de los patriotas fue crucial. Gardoqui, en un esfuerzo coordinado con Francia hizo llegar en los barcos de su compañía familiar los suministros clandestinos entre su mercancía comercial. En particular, sin las provisiones enviadas inmediatamente antes de la batalla de Saratoga (1777), esta victoria del ejército independentista no habría sido posible.
Otra figura fundamental fue el alicantino Juan de Miralles. Era uno de los comerciantes cubanos con mayor éxito empresarial, tenía buenos contactos trasatlánticos y dominaba el inglés y el francés. Recibió instrucciones para establecer contactos informales con el Congreso Continental como comisario regio de Carlos III y encargarse de canalizar la ayuda española, misión que cumplió con tal acierto que su papel puede considerarse crucial para el éxito de la causa estadounidense.
Llegó a Filadelfia en mayo de 1778, y fue bien recibido por varios líderes del Congreso, pronto se convirtió en amigo personal de George Washington y en uno de sus principales prestamistas. Estableció varias rutas comerciales operadas por sus empresas para despachar los necesarios suministros al Ejército Continental, además de llevar a cabo con probada solvencia su labor de espía y transmitir continuos informes secretos a La Habana con noticias de la situación en las Trece Colonias.
Su amistad con Washington fue intensa tal y como lo demuestra la correspondencia que mantuvieron. Falleció en abril de 1780, en la casa en la que estaba alojado Washington, en Morristown. Durante su enfermedad final fue atendido por su equipo médico y por la propia Martha, esposa del futuro presidente de la nación. Su entierro fue todo un acontecimiento, el primer funeral con honores militares a un extranjero, al que acudieron todos los representantes del Congreso.
En 2009, El vicepresidente de la “Asociación Cultural Bernardo de Gálvez y Gallardo, Conde de Gálvez”, localizó un documento con una Resolución del Tercer Congreso de la Confederación celebrado en Philadelphia en 1783 en el que, a propuesta de Oliver Pollock, se decidía, en el segundo aniversario de la batalla de Pensacola, honrar a Bernardo de Gálvez con un retrato en el Congreso de Estados Unidos junto al de otras figuras heroicas para la nación como George Washington o Thomas Jefferson. Esta asociación junto con algunas personas en Estados Unidos comenzó una campaña para que se cumpliera esa promesa, a la que se sumó el gobierno español en 2014 (2). El 16/12/2014, el presidente de los Estados Unidos de América firmó la Resolución Conjunta del Congreso de este país por la que se concede la ciudadanía honoraria de los EEUU al español Bernardo de Gálvez y por tanto se cuelga su retrato en el Capitolio. Tal y como recoge expresamente en la mencionada Resolución, la ciudadanía honoraria de este país “es y debe continuar siendo un honor extraordinario no conferido ala ligera ni frecuentemente otorgado”. Este título es uno de los mayores reconocimientos que un ciudadano extranjero puede obtener allí. Hasta la fecha, solamente han sido honradas con dicho nombramiento sietepersonas (3).
Además de la ayuda logística, la ayuda militar española fue vital para la victoria del Ejército Continental. Lord Germain, secretario de Estado para América de la corona británica, llevaba un tiempo ultimando una doble ofensiva para hacerse con el valle del Misisipi. Desde el sur conquistando Nueva Orleans desde Pensacola, y desde el norte valiéndose sobre todo de combatientes nativos,expulsando a los españoles del alto Misisipi.Este segundo ataque tenía como primer objetivo principal la ciudad de San Luis.
Ambos frentes debían encontrarse posteriormente en Natchez, a unos 300 kilómetros aguas arriba de Nueva Orleans. Si Inglaterra conseguía dominar el puerto de Pensacola y el Misisipi, esa importantísima vía de entrada de suministrospara los rebeldes quedaría cortada, y sería posible utilizarla para atacar desde el oeste a los rebeldes creándoles un segundo frente.
A la entrada de España en el conflicto, en 1780, el gobernador de Luisiana,Bernardo de Gálvez, realizó varias incursiones militares por la orilla izquierda del gran río destruyendo las fortificaciones británicas. Logró conectar con las fuerzas rebeldes y cerrar pactos con los indios de la zona, limpiando de fuerzas inglesas la desembocadura del Misisipi.Al año siguiente, en una brillante campaña naval y terrestre, conquistó la ciudad y puerto de Pensacola, cortando a los británicos las comunicaciones con las colonias del golfo de México. Como propina, el general Juan Manuel Cagigal conquistó, en mayo de 1782, la isla de Nueva Providencia, estimada como una posición clave para los británicos a las puertas de las 13 Colonias. La estrategia de Lord Germain quedó anulada, y los aliados dispusieron de la fundamental vía de suministros formada por el puerto de Pensacola y el Misisipi.La ofensiva británica del norte se detuvo también ante la exitosa defensa de San Luis protagonizada por Fernando de Leyba. Además, el ejército español mantuvo ocupadas con sus maniobras a las tropas británicas cuando estas más necesitaban cada hombre y cada gramo de pólvora en la determinante batalla de Yorktown.
La batalla de Pensacola es relativamente conocida, la defensa de San Luis mucho menos, pero la actuación de la Armada española en esta zona, aún menos. Me aguantaré las ganas de describir los dos primeros hechos y escribiré algo sobre“La Acción del 9 de Agosto de 1780” o “La Batalla del Cabo de Santa María” (4). Tanto en esta acción naval como en la ofensiva sobre Pensacola,el Ejército y la Armada españolase comportaron eficientemente, al contrario de lo que ocurrió en la anterior “Guerra de los siete años”. Las eficaces reformas militares realizadas por Carlos III, sobre todo en el Ejército, dieron sus frutos. Recordemos que las “Ordenanzas Militares”de 1768 perduraron hasta el siglo XX
La Acción consistió en la captura de un doble convoy naval inglés, y se produjo cuando, partiendo de la información proporcionada por los servicios de inteligencia españoles, una flota combinada hispano-francesa al mando del Director General de la Armada Española, don Luis de Córdova, consiguió apresar, sin apenas resistencia y cuando aún no se habían separado, a dos convoyes ingleses.Uno de ellos tenía por destino la India y el otro se dirigía a América cargado de tropas, pertrechos, armas y dinero. Ambos tenían por misión prestar apoyo a las guerras coloniales británicas en ultramar, ya que desde 1776, el Reino Unido se enfrentaba a uno de los momentos más críticos de su historia, al sostener una guerra frente a los colonos rebeldes de Norteamérica y otra dura guerra colonial en la India.
En el verano de 1779, una operación conjunta, bajo mando del almirante francés Louis Guillouet, conde de Orvilliers y del español Luis de Córdova, sembró el pánico en las costas británicas tras poner en fuga a la Escuadra del Canal de la Mancha, dejando el terreno libre para la invasión hispano-francesa de Gran Bretaña. La población abandonó precipitadamente las localidades costeras y el comercio naval inglés y la Bolsa de Londres cesaron su actividad, en un ambiente de terror que no se había vivido desde los tiempos de la guerra anglo-española del siglo XVI, acentuándose la situación de desamparo de los británicos por el hecho de que las mejores unidades del ejército británico se encontraban combatiendo en ultramar. La invasión no se produjo, pero este episodio condicionaría las actuaciones posteriores de la marina británica, puesto que a partir de entonces la prioridad del Primer Lord del Almirantazgo fue la protección de las costas británicas.
En el verano de 1780 partió de la localidad de Portsmouth un convoy compuesto por 63 mercantes armados, escoltado por la Escuadra del Canal de la Mancha, que debería dividirse en dos en un punto del Atlántico. Una parte se dirigiría a la India para apoyar la guerra colonial contra las naciones hindúes marathas, el rebelde Hider Ali Kan y la escuadra francesa de las Indias Orientales, y la otra a las Antillas inglesas para avituallar a la escuadra del almirante Rodney y a las tropas británicas que combatían en Norteamérica. Las órdenes del Almirantazgo fueron que la escolta abandonara al convoy a la altura de Galicia para regresar inmediatamente al Canal de la Mancha. Los mercantes deberían navegar alejados de las costas ibéricas y de las rutas comerciales habituales para evitar encuentros fortuitos con navíos españoles o franceses, y contarían tan solo con el apoyo de un navío de línea y dos fragatas.
Los agentes de inteligencia españoles destacados en Londres consiguieron averiguar la fecha de salida del convoy y la posible ruta que iba a seguir antes de dividirse, enviando inmediatamente un informe muy detallado al secretario de Estado conde de Floridablanca. El convoy partiría el 29 de julio de Portsmouth rumbo al Sur, escoltado por la Escuadra del Canal de la Manchahasta las islas Sorlingas o Scilly y despuéshasta la altura de Galicia, desde donde la Escuadra volvería a Inglaterra y solo quedarían como escolta un navío de línea de 74 cañones y dos fragatas de 36 cañones.
Una vez dejado el paralelo de Galicia el convoy inglés y su exigua escolta seguirían rumbo Sur recalando en Madeira hasta las Canarias donde una parte viraría al Oeste y el resto seguiría rumbo al cabo de Buena Esperanza camino de la India procurando en todo momento mantenerse lo más alejado posible de las costas españolas, ya que su principal objetivo era evitar encuentros con la flota aliada.
De forma casi simultánea a este aviso, y confirmándolo, recibió Floridablanca a través del Capitán General de Cuba información de que una fuerte escuadra de buques británicos mercantes y de guerra iba a zarpar de Inglaterra con tropas de refuerzo, material de guerra, alimentos y municiones para Rodney (comandante de las Islas de Sotavento) y las fuerzas que combatían en las Trece Colonias rebeldes. Esta información había sido recogida por la red de agentes secretos creada por Juan de Miralles y que tenía su sede en Filadelfia,
Floridablanca, además de la Secretaría de Estado, por esta época se ocupaba interinamente de la Secretaría de Marina por lo que fue el propio Floridablanca el que ideó y defendió, en el mismo cuarto del rey, un plan para interceptar la flota británica a la altura de las Azores.Tras alguna vacilación, el rey Carlos concedió la autorización para aprovechar las favorables circunstancias.
En aquellos momentos, Luis de Córdova, que en febrero de ese año había sido nombrado Director General de la Armada Española , se encontraba vigilando el estrecho de Gibraltar al mando de una flota de veintisiete navíos de línea y varias fragatas, a la que se había sumado una escuadra francesa de nueve navíos y una fragata mandados por Antoine de Beausset.
Esta escuadra cruzaba habitualmente entre los cabos y costas de Portugal, internándose en el mar todo lo necesario para proteger la arribada de los convoyes provenientes de América y abrir paso a los buques españoles, que provenientes del Ferrol o Santander, se dirigían a Cádiz.
Córdova ejercía el mando supremo de la flota combinada a pesar de las quejas de los franceses, que dudaban de su capacidad por haber cumplido el almirante español los 73 años. Por su parte, Floridablanca no dudaba en absoluto de la valía del viejo militar y ya en una carta fechada en noviembre de 1779 y dirigida al conde de Aranda afirmaba que «el viejo ha resultado más alentado y sufrido que los señoritos de Brest».
En ese empeño colaboraba con Córdova, desde el 15 de abril, José de Mazarredo como segundo en el mando, ejerciendo como mayor general de la Armada del Océano, lo que hoy sería el jefe de su Estado Mayor.
Mazarredo comenzó a adiestrar a fondo las dotaciones, «de capitán a paje, y el manejo del material de quilla a perilla», y organizó constantes comisiones de pequeñas agrupaciones de navíos y sutiles para patrullar las derrotas del golfo de Cádiz y el Estrecho, comisiones que, ocasionalmente, incluían bombardeos sobre el Peñón.
En total, 18 navíos españoles junto a 14 franceses acompañados por tres fragatas españolas y una francesa, más una corbeta española una balandra y una balandra ligera repartidos en tres escuadras y una escuadra ligera con funciones de cuerpo de reserva al mando de Antonie Hilarion de Beausset.
Tenía Córdova órdenes de no rebasar el Cabo de San Vicente, y por sus inmediaciones estaba al comenzar el mes de agosto con sus 32 navíos de línea, cuando recibió despachos del conde de Floridablanca avisándole de la salida de Inglaterra de dos convoyes con destino hacia las Indias Orientales y Occidentales que, escoltados por un navío y dos fragatas hasta las islas Azores, se separarían sobre ese punto y tomarían a partir de entonces cada uno su respectivo rumbo. En el aviso se le prevenía que los buscara con empeño y diligencia, lo cual hizo en seguida, adentrándose en el Atlántico.
El 29 de julio de 1780, el convoy con provisiones, vituallas y pertrechos militares transportados en más de 70 barcos mercantes ingleses de la carrera de Indias (East Indiamen). La flota inglesa del Canal protegió el convoy hasta unas 112 millas de las islas Sorlingas y se volvió a Inglaterra el 3 de agosto cuando el convoy alcanzó la altura de las costas gallegas, desde donde el capitán John Moutray quedó al mando deuna escolta formada por un navío de 74 cañones y dos fragatas de 36. El convoy siguió una derrota paralela a la costa atlántica lusa y el día 6 al anochecer tenían Lisboa a la vista por babor, momento en el que Moutray envió dos balandras para reponer agua y fruta en las despensas de los navíos.
Cuando apenas habían vuelto al grupo el 8 de agosto, desde la cofa mayor del Ramillies, donde Moutray arbolaba su estandarte, un grito advirtió de la presencia de varias velas no identificadas al sursuroeste. Tras atisbar en esa dirección, vieron que se trataba de dos fragatas españolas y dos francesas inmóviles en medio del océano, a unas 4 millas de distancia. Moutray ordenó al convoy cambiar el rumbo, y aumentar vela. Por no ver las señales o por simple desobediencia, el convoy de mercantes siguió su rumbo sin atender la orden de Moutray, acercándose a la costa en dirección a la punta más meridional portuguesa, el cabo de San Vicente, camino de la isla de Madeira.
Mientras tanto el día 8 de agosto la escuadra combinada hispano francesa navegaba acercándosea las islas de Madeira. La calima de este tórrido día estival había impedido al vigía la visión de toda la fuerza enemiga. En este punto Mazarredo propuso no pasar más al Oeste, porque ya no habría encuentro de buque enemigo alguno que navegase para América o la India.
El general Córdova aprobó la propuesta, ordenó virar y navegar al Este. Se llevaban siempre cazadores en largas descubiertas, estaba la escuadra ligera a barlovento y se divisaba un amplio horizonte. Al anochecer parece que el navío Miño de la escuadra ligera hizo la señal de «tres velas a barlovento», pero no se repitieron dichas señales ni el navío se acercó a dar cuenta de semejante novedad seguramente por la escasa entidad del avistamiento.
A la una de la madrugada del 9 de agosto de 1780, navegando la escuadra en formación de tres columnas, una de las fragatas en descubierta avistó en el horizonte gran número de velas al norte de Madeira y dio aviso de su descubrimiento al cuerpo principal de la flota descargando una serie de cañonazos. Sin embargo, la distancia con el resto de la escuadra era enorme y desde el castillo de popa del Santísima Trinidad, buque insignia de la escuadra, aunque divisaron la señal no pudieron concretar el número de disparos, su significado y con ello ni la cantidad ni entidad del avistamiento. Córdova, seguro de que el oficial al mando repetiría el aviso en cumplimiento de lo que manda el reglamento, esperó con sus oficiales la nueva tanda de cañonazos.
Pasados unos minutos, a la una y cuarto, la fragata repitió la señal y ahora con toda la oficialidad a la expectativa sí pudieron contarse los disparos y se pudo percibir que significaba «vista de embarcaciones que no pertenecen a la escuadra».
No podía dudarse de que era algún objeto de consideración, pues por una, dos ni tres velas, la fragata o navío que hizo la señal alborotaría la escuadra de esa manera. Se oían al mismo tiempo cañonazos en número y orden que no formaban señal de las españolas. Sin embargo, la información proporcionada por la fragata llenaba de dudas a algunos sobre si en realidad habrían encontrado a la escuadra inglesa del Canal o al convoy más fuertemente escoltado de lo que se esperaba.
La opinión generalizada era que podría ser el almirante Geary (Escuadra del Canal de la Mancha) y que no convenía entrar en empeño a oscuras, sin conocimiento de sus fuerzas y con la notable desventaja en el andar de los buques españoles al no estar los cascos de los navíos españoles forrados con cobre como los ingleses.
Mazarredo manifestó al General su opinión de que el almirante Geary no podía bajar a estas latitudes salvo que tuviera la intención de buscar la escuadra franco-española, que en este caso no podía suponerla en aquel paraje, a 100 leguas del cabo de San Vicente, que en consecuencia de ningún modo creía allí al almirante inglés y que, aunque lo fuera, si los enemigos eran superiores, era ya inevitable el combate.
Por el contrario creía que siendo velas enemigas, pocas o muchas, se dirigían a la isla de Madeira; que según el lapso de 63 segundos entre los fogonazos y el ruido de los cañonazos, los buques debían estar a unas 4 leguas (1 legua = 5,556Km) y que si los franco-españoles seguían de la misma bordada del este, amanecerían lejos por popa de los británicos, siendo imposible darles alcance, mientras que virando al oeste y con el poco viento del NNE que hacía, con que anduviesen un par de leguas hasta el día y dos o tres que el convoy hiciese en su derrota amanecerían precisamente a la vista, por lo cual era necesario virar sin pérdida de tiempo. El general accedió a lo propuesto y se efectuó la virada inmediata de la escuadra para que el encuentro con el convoy tuviera lugar al amanecer.
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