AYUDA DE ESPAÑA A LA INDEPENDENCIA DE EE.UU. (2ª PARTE. POR FERNANDO ORTIZ MONTEOLIVA
Córdova les preparo una trampa a los ingleses. Ordenó poner un farol encendido en lo alto del trinquete del palo de proa del Santísima Trinidad. La añagaza dio resultado y los barcos británicos, creyendo que se trataba de una señal de su propio comandante, pasaron toda la noche navegando directos hacia la boca del lobo. En efecto a las cuatro y cuarto de la madrugada, con las primeras luces del alba, se empezó a contar una, y seguidamente muchas embarcaciones, todas unidas y con dirección a la escuadra franco-española.
Amanecido el día 9, a la vista del convoy y al darse cuenta los ingleses de que los barcos de enfrente eran españoles, viraron de inmediato y comenzó una desbandada. Los españoles y sus aliados franceses se dedicaron a la «caza general» y a marinar (5) las presas que se iban haciendo entre escoltas y mercantes.
Córdova alineó 13 buques en la vanguardia, con el Trinidad ocupando el sexto lugar, e izó la señal de persecución inmediata, mientras que 10 navíos, de los cuales media docena portaban la bandera francesa bajo el almirante Bausset, iniciaron la caza del convoy inglés cuya captura se prolongó hasta bien entrada la noche. En la desordenada persecución los buques españoles y franceses iban seleccionando y capturando presas según su propio criterio.
Una vez alcanzados, los mercantes se iban entregando sin presentar apenas oposición ya que, si bien todos ellos iban armados, poco podían hacer frente a los poderosos navíos de línea, de modo que a las 5 de la mañana con 16 navíos de la escuadra habían logrado encerrar hasta 36 embarcaciones, que fueron rendidas y marinadas (5). Aunque sobrevino una llovizna que dejaba muy corto horizonte para ver las embarcaciones que huían, los hispanofranceses continuaron la caza contra ellas.
Más de 50 mercantes británicos que transportaban efectos por valor de dos millones de libras fueron reducidos. Desplegadas en arco oblicuo desde la costa, ocho fragatas empezaron a cañonear el aparejo de los Indiamen, que acabaron dispersos e ingobernables. Tan pronto como el capitán John Moutray, que con el Ramillies y las dos fragatas navegaba a retaguardia y barlovento del convoy, se dio cuenta del número de navíos enemigos, inició la huida ciñendo para alejarse de la escuadra franco-española.
Todos los bajeles ingleses intentaron lo propio. Bausset al mando de la escuadra ligera junto a otros navíosque ya estaban a vanguardia de la escuadra combinada hispanofrancesa (entre ellos el Purísima Concepción), intentaron darles caza con el mayor empeño, perono pudieron lograrlo por el barlovento que ya tenían y su ventaja en velocidad. Por ello los hispanofranceses cargaron sobre los mercantes que huían hacia el sudoeste y lograron interceptarlos.
Cerca del cabo Santa María, Santiago Liniers, comandando una flotilla de tres cañoneras anejas al Concepción, abrió fuego sobre la fragata inglesa Helbrech (30 cañones), la más adelantada y que trataba de unirse al Ramillies. Las cañoneras la inhabilitaron con un fuego certero y continuo, dejándola a la deriva. Liniers la apresó personalmente desde la suya, mientras que las otras dos lograron frenar también el avance de la Royal George (28 cañones), que fue capturada al momento.
Los cañonazos del Trinidad demolieron los cascos del Monstraut y el Geoffrey, también de 28 piezas, que trataban de huir. La fragata inglesa Gaton (30 cañones) estuvo a punto de perderse por un incendio que se declaró en el velacho y que se propagó rápidamente, tras ser acribillada desde el Concepción. Cuando llegó la dotación de presa, toda la cubierta estaba sembrada de cascotes, entre los que se encontraban los restos del trinquete. Aun así, pudo salvarse y tras ser reparada fue incorporada a la armada española con el nombre de Colón.
Con ellos y con los detenidos por el resto de la escuadra, quedaron al anochecer marinadas 51 presas. Los informes españoles declararon que solo habían escapado un “bergantincillo” muy velero, y unas seis o siete embarcaciones que Bausset había visto muy a barlovento, cuando daba caza a los tres buques de guerra. Sin embargo la jornada no había concluido y a las mencionadas 51 se agregaron tres naves más, perseguidas y apresadas por la fragata la Néréide y otros navíos que iban a retaguardia, como la fragata Hércules de 36 cañones incorporada al paso del convoy a Cádiz con su carga, arboladura, jarcias y otros repuestos para navíos con destino a Jamaica; la fragata Carlota de 14 cañones que entró a puerto con la Néréide y que conducía a la esposa e hijos del general John Dalling, gobernador de Jamaica, y la fragata Real Carlota.
Iniciada la inspección de los buques apresados, los aliados comprendieron la importancia del golpe asestado a los británicos, pues no sólo se habían capturado 52 buques (3 transportes más serían capturados en días posteriores), sino también 80.000 mosquetes, 3.000 barriles de pólvora, gran cantidad de provisiones y efectos navales destinados a mantener operativas las flotas británicas de América y el océano Índico, vestuario y equipación para doce regimientos de infantería, y la ingente suma de un millón de libras esterlinas en lingotes y monedas de oro (todos los buques y bienes capturados estaban valorados en unas 600.000 libras). Además, se hicieron cerca de 3.000 prisioneros, de los cuales unos 1.400 eran oficiales y soldados de infantería que pasaban como refuerzos a ultramar.
Las pérdidas supusieron para el Reino Unido el mayor desastre logístico de su historia naval, superando incluso al sufrido por el convoy PQ 17, perdido frente a fuerzas alemanas más de un siglo y medio después, durante la Segunda Guerra Mundial. El número de buques y hombres capturados, así como la cantidad de más de un millón de libras esterlinas en lingotes y monedas de oro que pasaron a manos españolas, provocaron fuertes pérdidas en la Bolsa de Londres (cuyo índice se desplomó 18 puntos porcentuales), lo que perjudicó gravemente las importantes finanzas que el Reino de Gran Bretaña mantenía para poder sostener las lejanas guerras que libraba.
Esta exitosa intercepción demostró que la flota inglesa, dispersa en demasiados teatros de operaciones, había perdido el control de las rutas atlánticas en 1780, lo que en 1781 favoreció la victoria franco-estadounidense en Yorktown y la exitosa recuperación por los españoles de Menorca en 1782.
Jorge III sufrió una lipotimia cuando recibió la noticia, no solo por el varapalo a las arcas del Estado, sino porque acababa de perder una importante suma de su propio patrimonio que, aconsejado por su secretario, había invertido en tres valores de la bolsa londinense. La compañía de seguros Lloyd's, una de las inversiones del soberano, entró en números rojos la semana siguiente al conocimiento de la acción naval, tras tener que afrontar pólizas por un valor superior a la mitad de sus activos y perdió el 60 por ciento de su cotización en bolsa. Esta victoria española, añadida a las graves pérdidas ocasionadas por los temporales del Caribe provocó una crisis financiera entre los aseguradores de marina de toda Europa. Muchos entraron en bancarrota, y las tasas de seguro de guerra, ya elevadas, subieron a niveles desorbitados. También se incrementó el descontento público contra el ministro británico y la dirección de la Marina Real.
Marinado y conducido a Cádiz el convoy fue sometido al dictamen del Juzgado de Presas de la Isla de León, que lo declaró buena y legítima presa, y por ello se procedió a la descarga, almacenaje y venta de los cargamentos y las embarcaciones. La escuadra española se benefició de las concesiones otorgadas en la Adicional de la Ordenanza de Corso de 1779, y la francesa según la Ordonnance du Roi du 28 mars 1778
Los españoles se comportaron con gran humanidad con sus prisioneros, devolviendo el generoso trato recibido anteriormente por sus compañeros por parte del almirante Rodney.
Cinco de los barcos capturados de unos 30 cañones fueron puestos al servicio de la flota española.
De pocas guerras España sacó tanto a tan bajo precio. El avance por La Florida del gobernador de la Luisiana, la resistencia espartana de San Luis y una expedición posterior de unos 140 soldados españoles que se aventuró desde San Luis cientos de kilómetros al noreste y llegó a plantar en pleno invierno la bandera en el lejano fuerte británico en Saint Joseph, a orillas del lago Michigan, entre otras acciones destacadas, situaron al Imperio español en una posición ventajosa en Norteamérica que el Conde de Aranda no desaprovechó en las mesas de la diplomacia de París. Por lo firmado en septiembre de 1783, España recuperó varias plazas en América Central, La Florida y Menorca, reconquistada esta última en un rápido golpe de mano. El punto más agridulce de la guerra, aparte de la imposibilidad de tomar Gibraltar, fue haber contribuido a insuflar vida a un gigante republicano y hostil a la presencia europea, los futuros Estados Unidos, apuntando al costado de la América española.
Al terminar la Guerra, el Rey concedió a Bernardo de Gálvez el título de Conde de Gálvez con el previo de vizconde de Galveztown y se le reconoció el derecho de lucir en su escudo el lema “Yo solo” en honor a la batalla de Pensacola. También fue nombrado gobernador y Capitán General de Cuba y, en junio de 1785, virrey de Nueva España.
CURIOSO: En Málaga a la catedral la llaman “la Manquita” porque falta el remate de una de las dos torres de fachada. Parece ser que se debe a que el dinero previsto se tuvo que aplicar al apoyo a la guerra de independencia USA, para liberarse del cetro de Inglaterra.
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